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San Juan: una travesía sensorial entre lo exótico y lo sublime

Enclavado en el corazón de la Ciudad de México, el Mercado de San Juan se erige como un santuario culinario donde la tradición, la sofisticación y lo insólito convergen. En esta ocasión, emprendimos un recorrido gastronómico que nos llevó desde el arte del café de especialidad hasta el atrevimiento de las carnes exóticas, pasando por una de las más finas selecciones de charcutería de la capital.

La travesía comenzó en el local 19, BREW SLOW, con una cata dirigida por el chef Emanuel, quien ofreció mucho más que una degustación: una verdadera clase magistral. A través de su guía conocimos el origen, los procesos de fermentación y las técnicas de extracción del café. Probamos cuatro métodos: lavado, semilavado, honey y natural, cada uno con perfiles sensoriales únicos, desde notas florales y frutales hasta matices terrosos y dulces, que revaloraron nuestra percepción de esta bebida milenaria.

El segundo acto de esta experiencia se llevó a cabo en La Madrileña, referente obligado en charcutería fina. Por $700 pesos, adquirimos una tabla de quesos y carnes de especialidad que bien podría figurar en la carta de cualquier restaurante de alta cocina. En el apartado lácteo, degustamos:
– Queso azul, de sabor intenso y textura aterciopelada
– Manchego de tres leches, equilibrado y cremoso
– Queso con ceniza y limón, con una acidez refrescante
– Queso al pesto, con notas herbales vibrantes

Acompañaban esta selección los clásicos de la charcutería europea: jamón serrano, lomo canadiense, lomo ibérico y un salami especiado, todos de maduración precisa y sabor profundo. Una experiencia robusta, elegante y memorable.

La tercera parada fue en El Gran Cazador México, donde probamos tacos de león y de cebra por $139 pesos cada uno. Provenientes de criaderos certificados en territorio nacional, estas carnes despiertan tanto curiosidad como respeto. La carne de león resultó densa, fibrosa y con un sabor que recuerda a una res más intensa. En contraste, la cebra ofreció una textura más suave, menos fibrosa, y un perfil gustativo entre el vacuno y el venado. Ambos tacos, perfectamente sazonados, ofrecieron una experiencia singular.

Finalmente, cerramos con un guiño al México ancestral: una tabla de insectos por $300 pesos. Incluía alacrán, gusanos de maguey y otros insectos seleccionados, que aunque desafían visualmente al comensal, ofrecen una textura crujiente y sabores tostados, con un retrogusto salino que remite a la cocina prehispánica. Más allá del espectáculo, la experiencia resulta nutritiva, cultural y profundamente reveladora.

Recorrer el Mercado de San Juan es sumergirse en un microcosmos gastronómico donde conviven la tradición, la innovación y el riesgo. Más que un lugar de compras, es un destino que invita a la reflexión sobre lo que comemos, de dónde proviene y cómo lo valoramos. Es, sin duda, un lugar que no se visita: se vive.

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